Cuando una pulsera es mucho más

Cuando vivía en Benín y colaboraba en la barraca de Don Bosco, puse en marcha un proyecto que cambió mi forma de ver el mundo: un taller de manualidades remuneradas, donde niños y niñas de entre 10 y 16 años —que vivían en la calle— elaboraban las pulseras arcoíris: siete pulseras de colores distintos que, unidas, formaban un arco iris lleno de esperanza.

La idea era sencilla, pero poderosa:

👉 Solo podían participar quienes asistían antes a las clases de alfabetización: esa era la condición sine qua non.
👉 Los niños recibían un pequeño ingreso por su trabajo, que destinaban a cubrir necesidades básicas: un lugar seguro donde dormir durante la temporada de lluvias, unos zapatos, algo de comida o incluso un rato de diversión.
👉 Desde Mi Baobab nos ocupábamos de todo: el material, la comida y, sobre todo, de aportar paciencia, respeto y un espacio digno.

Lo que para algunos desde fuera podía parecer un simple taller de manualidades era en realidad un refugio y una alternativa. Porque si no tejían pulseras, muchos de estos niños terminaban en empleos muy duros, inadecuados para su edad, o buscándose la vida como podían para poder comer.

🌍 Benín es, según UNICEF, el país con mayor tráfico infantil del mundo. Por eso esta iniciativa fue —y sigue siendo— tan relevante: porque les ofrecía y les ofrece una salida, una oportunidad real.

Hoy me emociona compartir que hemos relanzado el taller de pulseras arcoíris, esta vez con un toque más femenino y junto a la ONG EJC. Porque estas pulseras son mucho más que un accesorio:

✔ Son un símbolo de oportunidades.
✔ Son un ejemplo de cómo el trabajo digno, el compromiso y la empatía pueden transformar vidas.
✔ Son un puente entre la solidaridad y el futuro.

De Benín al mundo. Porque el cambio empieza con pequeños gestos… y con siete colores que, unidos, forman esperanza.

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